El médico judeo-ruso Leo Pinsker, una de las muchas vÃctimas que sufrió las consecuencias del antisemitismo al ser rechazado en la Universidad por su condición de judÃo, escribÃa en 1884 en su libro Autoemancipación: «El judÃo es para los vivos un muerto, para los nativos, un extraño, para los sedentarios, un vagabundo, para los pobres, un explotador y millonario, para los patriotas, un expatriado y para las clases sociales, un competidor aborrecido».
Una encuesta realizada por Schoen Consulting en 2018 reflejaba que el 41% de los estadounidenses y el 66% de los milenials de ese paÃs no saben qué sucedió en Auschwitz. «Conforme nos alejamos cada vez más de los hechos, que ocurrieron hace más de setenta años, se hace menos relevante en los temas de conversación de la gente, asà como en lo que piensan, debaten o aprenden», decÃa Matthew Bronfman, miembro del consejo de la Conferencia sobre Reclamaciones Materiales de los JudÃos contra Alemania, que encargó el estudio. El hecho es más que preocupante si consideramos que todavÃa hay supervivientes de la barbarie nazi vivos.
Pero para entender cómo se pudo llegar a confeccionar una maquinaria tan mortal en Alemania sin que Europa reaccionase, hay que conocer el antisemistismo previo del siglo XIX, sobre todo en Rusia, Prusia y Francia.
Isidro González parte de cuestiones teóricas de la percepción humana para asimilar con normalidad lo que son prejuicios, para posteriormente adentrarse en la crisis europea del XIX y en la búsqueda del necesario chivo expiatorio: el pueblo judÃo.